* Por Silvia Marrube, 2011, Museo Sívori.
* Por Silvia Della Madalena, 2010
* Por Guillermo Cuello, Otoño 2010.
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POR SILVIA MARRUBE 2011
Museo de Artes Plásticas “Eduardo Sívori”
Mar Solís y Natalia Abot: Encuentros en el espacio.
“[…] cada obra puede ser tan fuerte como decida el pensamiento de su creador. El verdadero espacio es intrínsecamente más fuerte y más especifico que la pintura sobre una superficie plana.”
Donald Judd.
Mar Solís y Natalia Abot, dos jóvenes artistas, presentan en el museo “Eduardo Sívori” un conjunto de esculturas en la muestra Encuentros en el espacio. El título escogido para la presente exhibición nos induce a múltiples interpretaciones posibles. La primera hace referencia al encuentro entre dos países, España y Argentina. Ambas escultoras se conocieron compartiendo el taller de escultura impartido por Martín Chirino en Gijón, Asturias. Pero Encuentros en el espacio significa, fundamentalmente, concebir de forma similar la praxis escultórica, y también, el propio concepto de escultura. Las dos autoras adhieren a ese camino recorrido por la escultura contemporánea, en especial la española, a través de las figuras de Julio González, Eduardo Chillida y Martín Chirino.
A partir de 1960 la escultura comienza a abandonar su tradicional relación con la tridimensionalidad y con los procedimientos clásicos como el vaciado en metal y la talla en madera y piedra. Ya las producciones móviles de Alexander Calder y las esculturas en metal soldado de Julio González abrieron el camino hacia otras realizaciones. El ensamblado de formas de madera prefabricada, la tendencia a una escultura de apariencia ingrávida, el gusto por el metal, la concepción caligráfica de las obras, junto a la policromía de las mismas y la ausencia de bases fueron algunas de las características que emergían en las nuevas producciones.
Solís y Abot conciben sus piezas como dibujos en el espacio, una suerte de caligrafía espacial cuyos antecedentes podemos ubicarlos en las producciones de los ya citados Julio González y Martín Chirino. La línea, ya no es propiedad exclusiva del dibujo, sino que se convierte en un elemento escultórico. Para las dos autoras el espacio resultante entre las líneas que componen las obras resulta de importancia vital. Esa “oquedad”, se convierte en una forma área, un vacío que es parte esencial de la escultura misma. Otro elemento a considerar son las sombras resultantes de la proyección de la luz. Ellas componen otras formas, ricas y diversas en sus diferentes constituciones y que resultan esenciales para la aprehensión completa de las piezas. Sus esculturas comparten también la ausencia de bases, una escultura sin pedestal, por lo tanto es de importancia fundamental la forma en que se posicionan en el espacio. El suelo o la pared van a constituir su nuevo “soporte”. Esta característica contribuye a afianzar el criterio de ingravidez que presentan ambas producciones.
Las obras de Mar Solís están realizadas en madera de danta encolada y se posicionan en el espacio a través de un delicado equilibrio ya que las bases de las mismas son más ligeras que el resto de la estructura. La idea es lograr un mínimo de apoyo para obtener un efecto de pieza que levite.
Natalia Abot trabaja a través de las relaciones que se establecen entre diferentes elementos que tienen calidad plástica, y desde esa cualidad se unen a otros para armar un espacio, logrando así las diferentes piezas escultóricas. Éstas están realizadas en hierro patinado y multilaminado policromado. Su preocupación también es despegarse de la base para lograr un espacio transitable, en otras ocasiones emplea la pared como soporte. Las líneas que componen sus obras conforman un espacio circular, una especie de fuerza centrífuga, obteniendo otra clase de “oquedad”, una suerte de acción escultórica para ser penetrada por el espectador.
Encuentros en el espacioimplica además, una forma compartida de interpretar la escultura a partir del concepto de “obra pública”, al cual suscriben ambas artistas. La obra funciona como un hito, un signo, que identifica un espacio, una ciudad, un traspasar fronteras más allá de un concepto identitario. Algunas de las piezas que conforman esta exposición fueron traspasadas a otras dimensiones para ser emplazadas en el espacio público. De esta manera, Solís y Abot recuperan la idea de una obra que pertenece al ciudadano, porque participa de ella, la elige, la atraviesa y le permite mirar a su entorno desde una perspectiva distinta. Las esculturas se convierten entonces en un lugar de encuentro y consenso, en definitiva en un espacio democrático.
Mgter. Silvia Marrube. Museo de Artes Plásticas “Eduardo Sívori”
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POR SILVIA DELLA MADALENA
Marzo 2010.
La
hacedora que modela la materia sutil.
En el origen fue el
Verbo, pero la palabra de los mortales tiene finitud de significados, solo
alcanza trascendencia en la metáfora, lugar de la palabra como aliento
vivificante, signo que es voluta, representación.
Serán así las palabras,
meras aproximaciones ante la presencia de aquellas obras de Natalia Abot que
contemplé en una tarde de marzo.
Atravieso el umbral, ese
punto de inflexión que demarca espacios diferenciados, la luz puntualiza una
constelación de universos posibles. Y es el gesto que deviene en caligrafías
dinámicas donde la sustancia densa hace visible sus sombras delineando
instantes, flujos de movimiento... proyección de lo oculto revelado.
Natalia, aliviana la
sustancia densa, la reduce a su expresión mínima, el hierro alcanzala vitalidad
de un gesto que dibuja espacios múltiples, envolventes, espiralados pero
inasibles...danza la materia viva, roja y negra...es exhalación continua.
Si la sustancia de la
materia es reductible a la energía, estos signos del tiempo son destellos de energía
palpitante, Natalia es hacedora de lo sutil, modela la sustancia intangible, el
vacío, materia iluminada, contemplación purade lo no medible.
Así, cada obra son
intentos reiterados de asir su espacio interior, su centro, espacio de su
corazón, ese lugar del no lugar que guarda y en el que se revela la totalidad
del cosmos o Realidad última de todo lo existente.
Celebro que estas huellas
del tiempo, esos instantes del ser en plenitud que pudo capturar Natalia Abot
para sí, sean un regocijo para los que pudimos compartirlos.
Silvia Della Maddalena
artista
artista
Marzo de 2010
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POR GUILLERMO CUELLO
Otoño 2010
Vayamos, primero, a la sensación. No a los textos de
presentación ni al flyer, que se nos
quedó allá, en el archivo de los viejos e-mail .
No iremos tampoco, a los pretendidos postulados conceptuales que ya
ni siquiera están afortunadamente, de moda.
No vamos a alardear con el viejo simulacro, ni la
reivindicación de la “parodia” mal comprendida o peor traducida.
El primer impacto, la impresión directa, conduce a
encontrarse fusionados con el hacer de esta artista. Nos descubrimos imprevistamente abrazando un
espacio, que más tarde disparará en nuestras miradas y en nuestra mente las palabras : gracia, frescura, juventud, desmaterialización,
ritmos y alegría. Estimo que son términos tan sencillos como profundos que
resguardan aún cierto potencial de misterio, como amor, amistad y pasión, de
difícil acceso para los “observadores cultos”, quienes, mientras ontologizan
todo sin dejar de nombrar a Heidegger, invocan su nombre y obra hasta desgastar
sus palabras y hacerles perder sentido. Ellos discurren sobre el enorme
potencial de la “pérdida de sentido” en
nuestra época, mientras terminan ocultando al autor y sus creaciones.
Prefiero evocar-recordar la alegría sincera por ser y estar (como
artista-en-el-mundo) , lo que presupone directamente abrazar un oficio. Un
hacer sin lo pretencioso
- como a priori – preconcebido, ya etiquetado ( y como si fuera
poco, lúdico ) que una obra debiera
poseer , para representar todas las
veces necesarias, con diferentes formatos, las figuras de las concesiones impuestas
. Modelos previos, codificados, sumisos , que seguramente se incorporarían ( según ciertos "diktats" ) , al "circuito" estéril y mezquino delimitado
por algunos curadores o críticos que
detentan un poder legitimador más imaginario que real, siempre acotado a lo
local, sin inserción o gravitación alguna a escala internacional.
Dejemos “el debate” por el momento y volvamos al juego
profundo, en el sentido planteado por alguien de la envergadura de Jean Dubuffet en su época: el del Arte como
“Juego mayor del Hombre". Esta demarcación descarta de plano lo
lúdico de pacotilla y “la imagen de la semana”
para alimentar la actual omnipresente “Industria del Entretenimiento”,
para la revuelta “transgresora” y efímera de revista especializada de los sábados
o los domingos.
Es que Natalia, nos ha propuesto en el marco de una
exposición muy bien montada, bien iluminada
y distribuída, con los espacios, marcos y "campos de aire" necesarios
para la expansión de una obra seria, digna y responsable , una mirada sensible, aérea y plena en
contrapuntos como muchas veces es deseable que se de en una exposición
relevante, dada la formatividad formante - al decir de Eco - respaldada
por una buena selección y presencia de sus dibujos .
Contraste, y más ajustada aún, es la palabra contrapunto.
Sus llamados a Hokusai, sensibles y amorosos, la
integran con aquel Maestro, más desde el espacio como ausencia generadora que
desde la escritura libre o la literalidad del viejo kanji , traducido por
manos femeninas occidentales.
Abot-Glenz nos propone las cintas y las “serpentinas
libres “ que alegremente tienden a abrazar espacios, a develarlos, despojándolos
de su parquedad y a la vez, dejándolos fluir
en sitios evanescentes (por instantes recuerdan las fugas, el punto exacto de
“L ´Amour Fugit” de Rodin que requiere -para su interpretación-, ser desnudado
del banco de datos figurativos, dejarse arrastrar por lo Figural, y quedarnos o dejarnos “congelar” emocionalmente
por el instante preciso del corte nada lacónico de aquella mirada genial.
Sus estructuras rítmicas espaciales (si nos colocamos en
la vía de una suerte de percepción , no sin la adecuada dosis de
neo-estructuralismo traducido a las artes
aplicadas, a su modo comunicacional actual , al material primero y acto seguido, a la
materia elevada a la categoría de uno de los lenguajes supremos de la Humanidad)
podrían sostenerse como precisamente
estructuras que siempre dejan abierto el viejo debate entre forma contra
estructura y viceversa, el acto de re-flexionar, de pensar, contraponer , y dilucidar quién es la antesala, el ágora o la “posibilidad” de
la otra.
Ya por fuera de la discordia y el ejercicio de la teoría
crítica de primer nivel, nos dejamos llevar nuevamente por sus rítmicas gesticulaciones
espaciales.
Si en otros instantes del recorrido de su obra, por el contrario, abandonamos “la verdad con
su justificación filosófica” y nos entregamos a nuestra mirada, la que caería
por ejemplo, sobre un clásico desnudo de
Moore,
vemos fácilmente, cómo el británico buscaba magistralmente aquella “reiteración
esperada con tiempos disímiles“, que recaen en el estudio sabio de lo que
natural era, en base a los datos del mundo fenoménico, en la posterior abstracción y asociación de
formas más elaborada en la yema de sus dedos , tangibles en un cuerpo, en una pareja, en un
desnudo femenino recostado, quizás, como el que podemos apreciar en nuestro
Museo Nacional de Bellas Artes.
Cabe remarcar una diferencia sustancial: mientras en
Moore el destino de la curva que recorremos termina abrazando un largo proceso
(el que le implicó ir de lo figurativo a lo abstracto, pasando previamente por
la “Matrix” Picassiana) en Abot no debiera buscarse el
ritmo en tales términos pues nacen, si podemos decirlo así, desde la propia
invención, desde su íntima relación con los elementos formales que le fueron
dados a arriesgar, e históricamente hablando, desde la tercera generación ya de
artistas abstractos en nuestro país.
Hay al respecto, y ´contrastivamente hablando´, una
imagen que en estos instantes me viene a la mente y es la de aquella obra del “
primer Picasso “ : “La Fillete à la Boule” , (*) (que posee y transmite una suerte de síncopa, algo
de la sensación de “una roca contra una serpentina”), que arrastra asimismo, dicho sea de paso, pasteles tributarios a un de Chavannes
evocador de la tradición arcádica , a la vez que contrasta con ese
carácter siempre potente y “ españolísimo “ , dado por la figura de la pareja
de saltimbanquis, donde la niña, llena de gracia, de soltura y destreza,
aparece en franco contrapunto, con la masa de “la roca”, la severidad y
austeridad de la figura de la derecha.
A Natalia, claro está, en este juego mayor, le toca encarnar el rol
de “la sensualidad y la gracia de la serpentina” en contraposición a la
masculina figura picassiana.
Probablemente, esta suerte de articulación compositiva,
con algo de “excavación histórica reciente” en este relato, solo pueda comprenderse desde
el contrapunto espacial con pirámides invertidas y tomadas por el vértice en un Oteiza (que enseñó en Buenos
Aires); por momentos, en algunos de los “imbricados
recovecos” de Chirino, pero no, con
toda seguridad, en la “Luz Negra” de Chillida.
Es que claro (y no tan obviamente), los recorridos espaciales disponen tiempos
de las líneas y perfiles en sus maderas ensambladas que, tal como cabe
a una joven del siglo XXI, no responden a los esfuerzos que debieron realizar
aquellos grandes Maestros de las vanguardias
o ismos históricos para alcanzar un estadio de “abstracción” o de no–
figuración, con el peso de la larga traducción que debieron realizar destacados
artistas : de Mondrian y Kandinsky -sin olvidar a Klee-
, a los Maestros de Vuthemas y a un Rodchenko.
Si finalmente de asociar caprichosamente se trata,
podríamos “regresar” a nuestra generosa y extendida América y regodearnos con Othake
y su dinámica espacial, que no dista de
la comprensión profunda de una espiritualidad de estas características. Más
cerca nuestro, debiéramos recordar dónde hace nacer la curva Laura Massoni,
en su traducción y conocimiento espacial de la escultura hacia la pintura,
especialmente en aquellas obras de los ´90, donde el espacio es el
protagonista.
Si sumamos y no restamos, aquí tenemos una sucesión de
tiempos que sólo cuando se analizan con paciencia los perfiles debidos, envolventes
-expresados en la trama escultórica- sumado a la cadencia y sus sutilezas, abren
el camino a aquella brecha que desafía tanto a la tectonicidad académicamente
entendida , como a lo gravitacional de una plomada de escultor clásico.
Esta posibilidad de vuelo, de altura, de flujo y
generosidad, son una fiesta para el espíritu, de quien esté dispuesto a danzar
junto a los ritmos y contrapuntos de Natalia.
Tuve la suerte de estar tres veces de visita en esta
exposición: dos, dialogando en silencio, con tiempo, con las formas, la luz y
el espacio. Fue todo un privilegio. La contemplación lenta, pausada, junto al
goce sano, honesto, se ha hecho carne, en el sitio preciso, en el lugar como
artista y hacedor con cierto nivel de conciencia requerido
(para y de cara a lo que uno es y hace) que logra la observancia de la obra, desde dentro
de la obra, desde la parte secreta de una escultora que es intimista y
contraria a la mediocre y banal espectacularidad propuesta por muchos de sus
contemporáneos quienes no tardarán en desaparecer en la vorágine del “exitismo
requerido o impuesto”; o de ir más allá
de las dos temporadas que coyunturalmente la sociedad, los medios y la cultura de
la anestesia local les han dedicado y en la cual han creído.
Unas líneas más, demanda el material. La madera en las
piezas de Natalia (e insisto, en el sabio manejo de la temporalidad de las
mismas a la hora de convertirse en espacio también), la soportable ingravidez del ser, como el
encontrar los perfiles y el sitio donde “caen a tierra” y el dónde las emplaza, nos “hablan” de una cierta maestría, de mucho estudio, de
una sensibilidad y de un saber hacer, que sólo es comparable con la sapiencia
de algunos pocos de nuestros Grandes Maestros, como lo son Macchi, Blaszko y, no mucho antes, Lucio Fontana
.
Estimo, modestamente hablando y escribiendo desde la
postura de quien hace en arte, que se trató de una de las mejores exposiciones
que nos han sido dadas a contemplar en este inicio de temporada en el Centro
Cultural Recoleta de Buenos Aires.
Queda “el formato de archivo de una expo” para las pieles
de los sempiternos insatisfechos, pensar que las dimensiones debieran ser
mayores (son los que confunden monumentalidad con gigantismo o espectacularidad-especular-hedonista);
que el material, debiera ser acero o hierro de fragua ancestral, como para
acercar el dominio de la materia, del material,
a aquellas producciones dignas de los países de larga tradición
industrial, y que podrían tener como referentes a un Venet en Francia “a la
defensiva” en su monotonía rítmica y
letargo, en “La Défense” de Paris. .
No estoy de acuerdo.
La grandeza, la generosidad y la dignidad de algo que mal
interpretado, se consideraría “artesanal” es precisamente lo que da un
fragmento de la dimensión INTIMIDAD, contrapuesta, una vez más, a la
parafernalia, el griterío y el despliegue pseudo-tecnológico que esta obra no
necesita, para signar una poética aérea, vital, joven y audaz.
Estamos, estoy, del lado de la gracia del vuelo, y no de la
vereda de la severidad que un entorno no muy adecuado ni mejor cuidado en sus
aspectos más elementales termina contrastando brutalmente con la fineza de lo que
ha sido llamado a ser Arte con mayúsculas. Si deseo ubicarme mejor, me coloco en el centro del medio (como hubiera
sostenido Matta) , allí, en el puente, “en la relación” , en
el “entre”
fuerzas y contrapuntos, como observador
inocente, sitio de tensión corporal pleno , que permite hacer ver y sentir con los ojos cerrados.
G. C. / BUENOS AIRES
/ Otoño de 2010
(*) Pablo PICASSO , “Fillete à la
boule” , 1905 / 147 x 95 cm / Musée Pouschkine , Moscú